México, yo te celebro

Si hace un tiempo me hubieran contado en dónde iba a estar parada hoy, no lo hubiera creído.

Ser emigrante nunca había estado dentro de mis planes. No lo había tomado en cuenta, ni siquiera como una vaga idea. Simplemente pasó.

Un día, de repente, me encontré

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montada en un avión que me traería hasta esta inesperada aventura.

Me encontré recorriendo las calles más largas, los jardines más bonitos y los museos más interesantes.

Me encontré celebrando la independencia.

Recuerdo que lo primero que pensé fue “México está infravalorado”; y me prometí siempre escribirte, México, así como eres: lindo y querido.

De ahí en adelante me has enseñado muchas cosas que, de no haber emigrado, no las hubiera aprendido.

Más tarde comencé a apreciar esos naranja intenso que pinta tu sol en las tardes. Comencé a reírme a mis adentros cuando, sin razón, se me antojaban unos tacos a media noche.

Poco a poco me fui encariñando del caos, del tráfico, el ruido y la prisa que me recuerdan a lo que un día fue mi Caracas.

Realmente no tengo cómo agradecerte, México, por abrazarme como lo has hecho.

Por ser lo más inesperado de mi vida y, al mismo tiempo, lo más habitual.