El hogar de mi alma es el cuerpo en el que habita. Ahí, ese lugar lleno de celulitis, estrías y rollitos. Ese lugar anchísimo en unas partes y delgado en otras. Ese que parecía tan desconocido, es el hogar en el que habita mi alma.
Cuando comencé a ver mi cuerpo como el simple transportador de lo que habita dentro de mi corazón y de lo que se cocina en mi cerebro, lo empecé a querer cada día un poquito más.
Quizás para el día de hoy aún no es mucho, pero, sin duda, es suficiente.
Lo quiero y lo cuido la medida necesaria para que siga albergando la persona que lleva dentro, la que importa.
Lo quiero y lo cuido, reconociendo sus defectos, mirándolos, sí, pero cada vez con menos zoom en la lupa.
Lo quiero y lo cuido, y le agradezco, por ser tan paciente con el pasajero que lleva dentro, por haber llevado tantos golpes y por haber sido tan maltratado con la mirada de un alma que no podía reconocerlo.
Grato saber que hicieron las paces, ese alma y ese cuerpo.
Espero algún día lleguen a mirarse con amor. No importa cuánto tiempo se tarde; lo importante es que lo están intentando.
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