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La compañera del emigrante

  • Foto del escritor: Mariana Orta
    Mariana Orta
  • 2 nov 2018
  • 1 Min. de lectura

Hoy amanecí con nostalgia. Esa con quien hemos aprendido a vivir y que -aunque no queramos- ya llamamos amiga.

Ella, quien nos sirve un café por las tardes y nos recuerda después de aclararse la garganta: “hoy tampoco”.

Ella, quien al despertarnos nos dice “hoy toca arepa”, y quien nos hace perder la noción del tiempo mientras tenemos aquellos recuerdos de piel canela.

La única capaz de hacernos llorar mientras reímos, y que nos tatúa el gentilicio en la frente tan pronto como pisamos suelo extranjero.

Ella, que un día, después de haberse ido, llega sin tocar la puerta y sin pedir permiso, para quedarse unos cuantos días.

Ella que nos abraza y nos seca las lágrimas, después de haberlas hecho brotar.

Es la compañera de aquí y de allá, que nos trae recuerdos de atardeceres y camisas de manga corta, y que siempre nos recuerda de dónde venimos, que es casi siempre a donde vamos, no solo con la mente, sino con el corazón.

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